Tuesday, January 17, 2006

¡Venga mañana a pagar!


Un día llegó al pueblo, un forastero, vendedor de cuadros.
Se sentó al sol, en la plaza de la iglesia y extendió sus cuadros. La gente, era un poco reacia a acercarse, aunque sentían curiosidad por ver aquellas pinturas.

La primera persona en acercarse, fué una niña de unos quince años. Y tímidamente, fué mirando aquellos lienzos uno a uno. Hasta que llegó a uno que cautivó toda su atención. En aquel cuadro, creyó reconocerse. Pero pensó que aquello era imposible, ya que aquel hombre no era del lugar y jamás le había visto con anterioridad.
Pero a medida que observaba el cuadro, se reconocía aún mas en él. Con la única diferencia, de que en el lienzo, aparecía ella jugando con su padre. Esto le maravilló, ya que este, había fallecido cuando ella tenía tan sólo tres años. Le gustó tanto aquel cuadro, que decidió comprarlo. Pero, le faltaba dinero. Aquel señor, le dijo que no se preocupara; que se lo llevara y que le pagara el resto, al día siguiente.

Al ver a esa niña, tan contenta con su cuadro, hubo otra persona que acercó hasta la plaza. En esta ocasión, era una anciana. Iba con la idea de encontrar algún bodegón que decorara su salita de estar. Pero, no encontró ninguno que le gustara. Se disponía a marcharse, cuando aquel vendedor, le dijo que tal vez le gustaría ver uno que aún mantenía envuelto entre papeles de periódico. La anciana, no supo lo que decir, cuando vió aquel lienzo.
Era una pintura, en la que se plasmaba con todo detalle, la fachada de la casa de la anciana. En aquel cuadro, también aparecía ella, sentada en el porche de la casa. Y lo que más le impresionó, fué reconocer en aquel dibujo, a su hermana sentada junto a ella. Sobre todo porque de pequeñas, durante los años de la posguerra, se habían tenido que separar. Ella se quedó con unos tios en este pueblo y su hermana, tuvo que irse con otros familiares a Francia. Jamás tuvo noticias de ella, pero sentía que algún dia volverían a reunirse.
La señora le dijo al vendedor que le pagaba lo que pidiera, por este cuadro. El señor, le dijo que mirara en casa el cuadro; y si seguía interesada en comprarlo, que volviera a la mañana siguiente a pagárselo.

La última persona en acercarse, fué un hombre de unos cuarenta años. Pero tenía un semblante tan triste, que le hacía aparentar mucha más edad de la que tenía. Su gesto, también era serio, pero con un toque de nostalgia que se percibía en su mirada. Pasó por la plaza, sin querer mirar ningún cuadro. Cuando uno de ellos, le llamó la atención por el marco tan bonito que se veía a lo lejos. Indeciso, se acercó directamente, hasta ese cuadro en concreto. Era una escena que le hizo sonrojar y alegrarse, a la vez. Era él, junto a su esposa, haciendo el amor por primera vez.
En esos momentos, su aspecto pareció cambiar de golpe. Se le dibujó una sonrisa en la cara y estaba nervioso al recordar aquellos bellos momentos. Hacía demasiado tiempo que pensaba sólamente, en los años que hacía que su mujer había fallecido. Y no lograba pensar en todo lo que había podido compartir con ella.
Aquella pintura, hizo que todos los momentos que compartieron juntos, volvieran a visitar su cuerpo y su mente. Pensó, que si la había amado tanto, jamás estaría totalmente sólo. Ella siempre viviría en su corazón. Y estaba tan alegre con todos aquellos sentimientos, que salió corriendo hacia su casa, sin pagarle aquel lienzo a el vendedor. Cuando hubo llegado a su casa, pensó que cuando llegara el nuevo día, le pagaría al vendedor y le llevaría también un presente como muestra de agradecimiento.

A la mañana siguiente, bien temprano y sonrientes, se encontraron en la plaza de la iglesia las tres personas que se llevaron fiados los cuadros. Iban a pagarle a aquel señor tan misterioso, lo que les habían dejado pendiente de pagar. Pero cual fué la sorpresa de la chica, la anciana y el caballero, cuando vieron que la plaza estaba totalmente vacía. Sin rastro del vendedor. Miraron hacia la salida del pueblo y vieron una figura a lo lejos. Era el vendedor, que se paró para observarles. Después, con una sonrisa y guiñándoles un ojo, les dijo adiós la mano alzada. Y continuó caminando, hasta que las tres personas, dejaron de verle.




Óleo de Salvador Valero.

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