Tuesday, January 10, 2006

¡Llueve!


Hoy ha sido un bello día triste.

Triste, porque es un día gris y sin sol.
Bello por la anhelada lluvia, que tanta falta nos hace.
Ha llovido casi incesantemente... una lluvia casi inapreciable en algunos momentos.
Y mientras regresaba a casa esta noche, paseando por la ciudad que ya se prepara para un nuevo día, he sentido algo muy bello.
Miraba a mi alrededor mientras oía música con mis auriculares... y parecía que respiraba diferente.
He podido apreciar sin proponérmelo y sin pensar en ello, los reflejos de las luces de la noche en las calles mojadas.
Veía el color gris claro de un cielo amenazante de tormenta, haciendo contraste con el verde intenso de las hojas de los árboles mojados.
A pesar de que hacía humedad, he sentido que no quería cobijarme y quería sentir ese aire recorrer mi cuerpo.
He abierto mi chaqueta y he respirado ese frío aire, notando como llegaba a estremecerme.
Pero a la misma vez, esos sentimientos, me han hecho sentirme mas viva de lo que he estado en mucho tiempo.
Y en ese momento, me he dado cuenta de que tenemos miedo a sentir.
A sentir y notar que formamos parte de un "todo".
Cuando hace frío, es lógico abrigarnos. Pero mas que arroparnos, nos aislamos de percibir las sensaciones que el frío descubre en nuestros cuerpos.
Cuando llueve, no queremos empaparnos. Pero es como si nos pareciera que fuéramos a encoger, por el hecho de notar la lluvia como cae sobre nosotros.
Y por unos instantes, me he limitado a sentir. Sólamente, sentir.
Normalmente, voy caminando por la calle con la cabeza mirando hacia ningún sitio en concreto. Miro al suelo, miro el tráfico o bien camino pensando en las tareas que tengo pendientes por delante. Lo que he hecho durante el día, lo que me resta por hacer cuando llegue a casa o bien, lo que haré mañana.
Pero hoy, me he dado cuenta de que, no reparamos normalmente en las cosas que nos rodean.
Pero cuando venía para casa en mi coche, me he parado en un semáforo. Y se me ha ocurrido mirar el coche que había parado junto al mío. En el, había sentada en el asiento trasero, una niña de unos tres años. Le he sonreido y le he hecho el gesto de adios que todos hemos hecho de pequeños... cerrando los dedos juntos hacia la palma de la mano.
Me ha devuelto la sonrisa y el saludo, de la misma manera en que yo se lo había hecho.
Ha sido un momento de conexión con alguien desconocido, aunque es bien sabido, que estos enanos adorables, son muy receptivos a muestras de cariño.
Y este simple hecho, ha hecho que se dibujara una sonrisa de lo más sincera en mi cara.
Tengo que permitirme a mí misma, sentir.
¡Sería tan bonito que todos nos paráramos mas a sentir!

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